La nota inicial de la revista establece para cada uno de nosotros dos posibilidades: "dejar que los demás le digan lo que debe pensar y creer, o examinar las pruebas por sí mismo y llegar a sus propias conclusiones". La doble identificación sugerida por el resto del texto queda bastante clara: hace lo primero quien suscribe la afirmación de que la creencia en Dios es incompatible con la verdadera ciencia; hace lo segundo quien afirma por sí solo que el diseño manifiesto en las plantas y los animales es una prueba irrefutable de la existencia de un Diseñador. Paso ahora a la exposición de los argumentos.
El primer paso es mostrarnos "qué nos enseña la naturaleza". Este argumento parte de la existencia de una disciplina llamada biomimética, que estudia las características de la anatomía, la fisiología y las técnicas de los seres vivos, y de qué manera es posible imitarlas, aplicándolas al diseño y construcción de productos que saquen provecho de ellas. Se ofrecen ejemplos: las aletas de la ballena jorobada, estudiadas por ingenieros aeronáuticos, poseen propiedades que podrían ser llevadas a las alas de los aviones con gran beneficio; las alas de la gaviota fueron imitadas por investigadores de la Universidad de Florida, que construyeron un prototipo de avión teledirigido que es capaz de maniobras semejantes a las que hacen esas aves; las patas del lagarto llamado geco, capaces de adherirse a superficies tan lisas como el vidrio por obra de las fuerzas de Van der Waals, podrían remedarse con algún material sintético, que obviamente sería de gran utilidad. Como estas, son muchas las buenas ideas alcanzadas por los científicos por medio de la emulación de la naturaleza. Ahora bien, el peso del argumento se resume así: "Si la imitación requiere la existencia de un diseñador inteligente, ¿qué puede decirse del original?". Que éste pudiera haber surgido por la evolución ciega de la naturaleza se presenta como una opción ridícula, y es más fácil que así lo parezca si equiparamos a la naturaleza con un maestro y al científico con un aprendiz que imita las técnicas de ella.
La dicotomía que nos enfrentó inicialmente se pone, entonces, en correlación con esta otra: acerca de la formación del estado actual de la vida, o bien sostenemos la teoría de la evolución planteada por Darwin, o bien aceptamos las enseñanzas de la Biblia sobre la Creación. Una y otra explicación son presentadas como incompatibles. Se niega que haya una opción intermedia que sea viable: la doctrina de la evolución teísta (según la cual Dios utilizó la evolución para crear la vida, programando el universo de tal manera que a partir de la materia inerte surgieran inevitablemente células con capacidad de reproducirse, que se transformaran en seres cada vez más complejos, dando origen con el tiempo a las diversas formas de vida, pero con nula o esporádica intervención de Dios en el proceso una vez iniciado) contradice las palabras de Jesús, que muestran que él aceptaba la explicación del Génesis, y tiene por resultado una fe débil e inestable. Una nueva exhortación a examinar las pruebas del diseño en la naturaleza nos conduce al siguiente argumento, que expondré en el próximo post.
El primer paso es mostrarnos "qué nos enseña la naturaleza". Este argumento parte de la existencia de una disciplina llamada biomimética, que estudia las características de la anatomía, la fisiología y las técnicas de los seres vivos, y de qué manera es posible imitarlas, aplicándolas al diseño y construcción de productos que saquen provecho de ellas. Se ofrecen ejemplos: las aletas de la ballena jorobada, estudiadas por ingenieros aeronáuticos, poseen propiedades que podrían ser llevadas a las alas de los aviones con gran beneficio; las alas de la gaviota fueron imitadas por investigadores de la Universidad de Florida, que construyeron un prototipo de avión teledirigido que es capaz de maniobras semejantes a las que hacen esas aves; las patas del lagarto llamado geco, capaces de adherirse a superficies tan lisas como el vidrio por obra de las fuerzas de Van der Waals, podrían remedarse con algún material sintético, que obviamente sería de gran utilidad. Como estas, son muchas las buenas ideas alcanzadas por los científicos por medio de la emulación de la naturaleza. Ahora bien, el peso del argumento se resume así: "Si la imitación requiere la existencia de un diseñador inteligente, ¿qué puede decirse del original?". Que éste pudiera haber surgido por la evolución ciega de la naturaleza se presenta como una opción ridícula, y es más fácil que así lo parezca si equiparamos a la naturaleza con un maestro y al científico con un aprendiz que imita las técnicas de ella.
La dicotomía que nos enfrentó inicialmente se pone, entonces, en correlación con esta otra: acerca de la formación del estado actual de la vida, o bien sostenemos la teoría de la evolución planteada por Darwin, o bien aceptamos las enseñanzas de la Biblia sobre la Creación. Una y otra explicación son presentadas como incompatibles. Se niega que haya una opción intermedia que sea viable: la doctrina de la evolución teísta (según la cual Dios utilizó la evolución para crear la vida, programando el universo de tal manera que a partir de la materia inerte surgieran inevitablemente células con capacidad de reproducirse, que se transformaran en seres cada vez más complejos, dando origen con el tiempo a las diversas formas de vida, pero con nula o esporádica intervención de Dios en el proceso una vez iniciado) contradice las palabras de Jesús, que muestran que él aceptaba la explicación del Génesis, y tiene por resultado una fe débil e inestable. Una nueva exhortación a examinar las pruebas del diseño en la naturaleza nos conduce al siguiente argumento, que expondré en el próximo post.
3 comentarios:
Y ese argumento es.... Ya es hora de que sigas con la parte III de este post!
Tiene razón, Edgeworth. Ocurre que estuve fuera unos cuantos días y ahora, ya regresado, me encuentro en medio de una mudanza que tiene la casa patas arriba. Aun así, intentaré tener el post para mañana o pasado.
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