viernes, agosto 10, 2007

Consigna II

Parece que hay un procedimiento adivinatorio que se llama esticomancia o bibliomancia. Consiste en abrir un determinado libro al azar e interpretar el primer pasaje sobre el que se posen nuestros ojos como algún tipo de respuesta a nuestras inquietudes. El método era bastante popular en la Antigüedad y el Medioevo; por ejemplo, se aplicaba mucho a la Eneida (en cuyo caso recibía el nombre de suertes virgilianas) y a la Biblia (en las llamadas suertes de los santos).

En cuanto al carácter de las respuestas que el consultante puede obtener, Tomás de Aquino (S. theol., q. 95. a. 8) distinguió tres tipos de suertes: la divisoria (por medio de la cual se establece lo que corresponde a cada cual), la consultatoria (por medio de la cual se recibe cierta orientación acerca de cómo proceder) y la adivinatoria (por medio de la cual se descubre el porvenir).

De esta práctica se registran algunos casos célebres. La conversión definitiva de Agustín de Hipona al cristianismo se dio después de que abriera al azar un libro de las Epístolas de San Pablo y encontrara allí (Romanos 13:13) una exhortación que lo hizo egresar del conflicto que sufría entre su deber de castidad y el anhelado recuerdo de sus antiguas partuzas. Cerca de un milenio después, Petrarca, en la cima del Monte Ventoso, eligió al azar un pasaje, oh casualidad, de las Confesiones de Agustín, y leyó: "Viajan los hombres por admirar las alturas de los montes, y las ingentes olas del mar, y las anchurosas corrientes de los ríos, y la inmensidad del océano, y el giro de los astros, y se olvidan de sí mismos" (X, 8, 15).

Pues vea, lector, no voy a tener el descaro de pretender que usted haga este ejercicio y de convencerlo a la vez de que la idea es muy original que digamos. Sólo le propongo lo primero. ¿Se anima?

A fin de profundizar el carácter aleatorio de las suertes, lo mejor será que usted parta de un libro también escogido al azar entre los de su biblioteca. Si sus anaqueles están poblados íntegramente por historietas o revistas Para Ti o compilaciones de chistes verdes, no se haga problema. Todo sirve, incluso diccionarios y libros de cartografía. No vamos andar en tilingos. Eso sí: usted hágase cargo del resultado. Si después le toca en suerte, por ejemplo, una respuesta de Jaimito a la maestra, la culpa no es mía.

Proceda del siguiente modo. Esboce alguna pregunta acerca de aquello que a usted le preocupa hoy. Luego párese frente a su biblioteca. Cierre los ojos y manténgalos cerrados. Gire sobre su eje vertical, una cantidad de grados que sea múltiplo de 360. No se cebe, que se va a marear. Extienda el brazo y compruebe que el mueble está frente a usted. Después manotee un libro. ¡No se fije todavía cuál es! Ábralo en cualquier página. Apoye su dedo en ella. Ya puede mirar. Lea el pasaje que quedó atrapado bajo la yema. En esas palabras hallará la clave que andaba buscando. O algo así. Aunque inicialmente pueda parecerle que el texto no guarda la menor relación con el tema que lo desvela, insista en descubrirla. Alguna tiene que haber. Usted, también, si no pone un poco de ganas...

Cuénteme, si quiere, el resultado. Después le cuento cómo me fue a mí.