lunes, septiembre 15, 2008

Cuesta abajo

Pero la puta madre, no me vengás con Epicuro, che... Te estoy hablando de otra cosa. Igualmente, ponéle que te concedo que la muerte en sí misma, considerada como vos decís, como el fin de la vida, no es un mal para el que muere. De acuerdo, al menos en forma directa no lo es. Sin embargo, vos todavía sos joven y debés saber mejor que yo que lo grave de esa muerte no está en lo que ella es, sino en lo que hace: en general, nos arrebata el goce de potenciales satisfacciones futuras, para experimentar las cuales es una condición básica el estar vivos, ¿no?

Ahora bien, yo no te concedo ni siquiera aquello primero. Porque estás llevando la cuestión a otro lugar. El problema que estoy planteando no es que la muerte me vaya a alcanzar un día. El problema es que ella, entendida como propongo, como la sustracción de la vida, está con nosotros desde siempre. Nos alcanzó cuando nacimos. Estamos viviendo en ella o, como decía un viejo amigo cordobés, morimos cada día. Este es un tópico literario de larga carrera, ya lo sé; pero fijáte, vos que razonás de manera tan epicúrea, que hasta tu poeta Lucrecio lo repite varias veces en su obra: todo lo que, transformado, sale de sus límites, supone al mismo tiempo la muerte de lo que fue antes. La verdad es que esto no nos importa mucho al principio, mientras lo nuevo que nace en nosotros es mayor que lo viejo que muere. Pero si duramos lo suficiente, ese balance se invierte y entramos redondamente en la corrupción y el envilecimiento. Es la historia de siempre, bah. Hay un solo modo de evitar la cuesta abajo, y son muy pocos los que tienen el coraje de elegirlo por sí mismos. Entre los que recibimos la gracia de la longevidad, la mayoría nos terminamos resignando a declinar, cada uno a su ritmo. Al final, embotados los sentidos y la memoria, no queda de nosotros más que una fatiga. Ya nada nos importa. Apenas percibimos el mundo y casi no recordamos, y por eso no anhelamos, lo perdido.


De eso te hablo, ¿entendés? Todavía es algo temprano y me duele el pecho al pensar en estas cosas. Sin embargo, supongo que dentro de algunos años no pensaré más en ellas, porque no podré hilar más de dos ideas sin perderme en el camino. Ese porvenir me consuela un poco y me da cierto ánimo para tirar unas décadas más, las que haga falta. Nunca me gustó la brusquedad de las partidas ni el espamento de las despedidas. Prefiero irme despacio y silbando bajito; apagarme de a poco, sin agonía, como una tarde pampeana. Así nadie me va a extrañar. Quizás un día alguien notará mi ausencia, pero nadie, ni vos ni yo, habrá sabido bien cuándo me fui.


viernes, septiembre 05, 2008

Chacarera del pensador


Del disco Espejos (2005), un tema de Raúl Carnota que me vino a la memoria a partir de un polémico post del estimado Cuti.