Pero la puta madre, no me vengás con Epicuro, che... Te estoy hablando de otra cosa. Igualmente, ponéle que te concedo que la muerte en sí misma, considerada como vos decís, como el fin de la vida, no es un mal para el que muere. De acuerdo, al menos en forma directa no lo es. Sin embargo, vos todavía sos joven y debés saber mejor que yo que lo grave de esa muerte no está en lo que ella es, sino en lo que hace: en general, nos arrebata el goce de potenciales satisfacciones futuras, para experimentar las cuales es una condición básica el estar vivos, ¿no?
Ahora bien, yo no te concedo ni siquiera aquello primero. Porque estás llevando la cuestión a otro lugar. El problema que estoy planteando no es que la muerte me vaya a alcanzar un día. El problema es que ella, entendida como propongo, como la sustracción de la vida, está con nosotros desde siempre. Nos alcanzó cuando nacimos. Estamos viviendo en ella o, como decía un viejo amigo cordobés, morimos cada día. Este es un tópico literario de larga carrera, ya lo sé; pero fijáte, vos que razonás de manera tan epicúrea, que hasta tu poeta Lucrecio lo repite varias veces en su obra: todo lo que, transformado, sale de sus límites, supone al mismo tiempo la muerte de lo que fue antes. La verdad es que esto no nos importa mucho al principio, mientras lo nuevo que nace en nosotros es mayor que lo viejo que muere. Pero si duramos lo suficiente, ese balance se invierte y entramos redondamente en la corrupción y el envilecimiento. Es la historia de siempre, bah. Hay un solo modo de evitar la cuesta abajo, y son muy pocos los que tienen el coraje de elegirlo por sí mismos. Entre los que recibimos la gracia de la longevidad, la mayoría nos terminamos resignando a declinar, cada uno a su ritmo. Al final, embotados los sentidos y la memoria, no queda de nosotros más que una fatiga. Ya nada nos importa. Apenas percibimos el mundo y casi no recordamos, y por eso no anhelamos, lo perdido.
De eso te hablo, ¿entendés? Todavía es algo temprano y me duele el pecho al pensar en estas cosas. Sin embargo, supongo que dentro de algunos años no pensaré más en ellas, porque no podré hilar más de dos ideas sin perderme en el camino. Ese porvenir me consuela un poco y me da cierto ánimo para tirar unas décadas más, las que haga falta. Nunca me gustó la brusquedad de las partidas ni el espamento de las despedidas. Prefiero irme despacio y silbando bajito; apagarme de a poco, sin agonía, como una tarde pampeana. Así nadie me va a extrañar. Quizás un día alguien notará mi ausencia, pero nadie, ni vos ni yo, habrá sabido bien cuándo me fui.
Ahora bien, yo no te concedo ni siquiera aquello primero. Porque estás llevando la cuestión a otro lugar. El problema que estoy planteando no es que la muerte me vaya a alcanzar un día. El problema es que ella, entendida como propongo, como la sustracción de la vida, está con nosotros desde siempre. Nos alcanzó cuando nacimos. Estamos viviendo en ella o, como decía un viejo amigo cordobés, morimos cada día. Este es un tópico literario de larga carrera, ya lo sé; pero fijáte, vos que razonás de manera tan epicúrea, que hasta tu poeta Lucrecio lo repite varias veces en su obra: todo lo que, transformado, sale de sus límites, supone al mismo tiempo la muerte de lo que fue antes. La verdad es que esto no nos importa mucho al principio, mientras lo nuevo que nace en nosotros es mayor que lo viejo que muere. Pero si duramos lo suficiente, ese balance se invierte y entramos redondamente en la corrupción y el envilecimiento. Es la historia de siempre, bah. Hay un solo modo de evitar la cuesta abajo, y son muy pocos los que tienen el coraje de elegirlo por sí mismos. Entre los que recibimos la gracia de la longevidad, la mayoría nos terminamos resignando a declinar, cada uno a su ritmo. Al final, embotados los sentidos y la memoria, no queda de nosotros más que una fatiga. Ya nada nos importa. Apenas percibimos el mundo y casi no recordamos, y por eso no anhelamos, lo perdido.
De eso te hablo, ¿entendés? Todavía es algo temprano y me duele el pecho al pensar en estas cosas. Sin embargo, supongo que dentro de algunos años no pensaré más en ellas, porque no podré hilar más de dos ideas sin perderme en el camino. Ese porvenir me consuela un poco y me da cierto ánimo para tirar unas décadas más, las que haga falta. Nunca me gustó la brusquedad de las partidas ni el espamento de las despedidas. Prefiero irme despacio y silbando bajito; apagarme de a poco, sin agonía, como una tarde pampeana. Así nadie me va a extrañar. Quizás un día alguien notará mi ausencia, pero nadie, ni vos ni yo, habrá sabido bien cuándo me fui.
6 comentarios:
supongo que dentro de algunos años no pensaré más en ellas, porque no podré hilar más de dos ideas sin perderme en el camino. Al fin y al cabo, ese porvenir también me consuela un poco y me da cierto ánimo para tirar unas décadas más...
Para hilar ideas y perderme en el camino, suelo tomar un atajo hacia lo dulce de la vejez entrandolé a la mandarineta los findes, de nochecita, cuando armando bardo duerme y así se hacen más llevaderas las décadas ;-)
A propósito, siendo viernes, que tenga usted un buen finde, don nico.
Es una de tantas maneras de olvidar ciertos asuntos, Manón. Usted hace bien.
Gracias. No fue gran cosa el finde pasado, pero en este espero tener mejor suerte. Le deseo lo mismo a usté.
pura belleza hay en este escrito.
Gracias, Poleta.
x: - Está muerto. Te digo que está muerto.
y: - Qué va a estar muerto. Vos estás chocheando a esta altura.
x: - Pero miralo, boludo, ¡no-se-mue-ve! Miralo bien y decime si no te parece que está muerto.
y: - Y no sé. Un poquito quieto, tal vez.
x: - A mí me parece que apesta. ¿No le sentís el tufo a fiambre?
y: - ¿Y a vos te parece que yo me voy a agachar para oler a un muerto?
x: - Me da como cosita dejarlo acá, apestando al sol, para que todos lo vean. Hay algo de triste en un fiambre.
y: - ¿Vos decís que lo enterremos? ¿Y si después resulta que estaba vivo?
x: - Cierto. Es preferible ser un fiambre expuesto que un vivo enterrado.
y: - La filosofía te está haciendo bien.
x: - Sí, gracias, mientras la pronunciaba noté la sonoridad de la frase. Me quedó bien, ¿no?
y: - ¿Y si lo picamos con un palo?
x: - ¿Qué?
y: - Acá, con mi paraguas. Si está vivo se va a mover o algo, ¿no?
x: - Yo no voy a picar a un fiambre con un paraguas. A ver si se te llena de gusanos. O si el muerto se despierta y te caga a trompadas.
y: - ¿Y qué hacemos?
x: - Lo mismo que se hace siempre que un blog parece morir. Vas, te sentás en el tuyo y esperás a ver si se mueve.
y: - Pobre tipo.
x: - Qué se yo, seguro está en un lugar mejor. La vida real, que le dicen.
y: - Pobre diablo.
x: - Vamos a tomar una cerveza y comentar nuestras próximas responder a los comentarios que nos dejaron. Dale, vení.
y: - Che, al pedo me traje el paraguas. Mirá el sol que hay.
Telón
(De todos modos, las ganas de picar al blog con un paraguas para ver si sigue vivo son irresistibles. Danos una señal de vida así me quedo tranquila
Espero leerte pronto)
Comments como el tuyo hacen que me den ganas de postear. Trataré de ofrecer pronto alguna cosa nueva, aunque sea una pavada para engañar el estómago un rato.
Gracias.
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